heterotopo

El pasado 3 de octubre vi en anunciada en una página de internet una presentación de ballet folklórico y decidí ir. La cita era en la Presidencia Municipal de Guadalajara a las 20:30 horas.

Al llegar al lugar, me di cuenta de que era un evento privado y de que todas las personas que se presentaban iban vestidas extremadamente elegantes. Entendí entonces que al anuncio en internet se le había olvidado mencionar ese pequeño detalle y que era mejor resignarme a pasar.

Entonces vi, justo afuera de la presidencia, un grupo de hombres jugando ajedrez. Me llamó la atención que no los había notado cuando llegué la primera vez y decidí acercarme a conversar con ellos. Le hice una serie de preguntas a un señor a las que contestó que él llevaba cinco años yendo a jugar ajedrez ahí todos los días de seis a diez de la noche. Me dijo también que lo hacía por gusto y que era su forma de relajarse después del trabajo. Se veía satisfecho, pleno, simplemente como me gustaría sentirme más seguido.

Fue en ese momento cuando comprendí lo que era verdadero arte. Hacer algo que te gusta, por pasión y sin importar el lugar ni las circunstancias. Comprendí también al mismo tiempo que mientras yo buscaba “arte” en la Presidencia Municipal de Guadalajara lo único que se podía encontrar ahí era un montón de pretensiones y de falsos objetivos que disfrazaban su necesidad de convivencia social con el motivo de una presentación artística. En un punto me sentí avergonzada de no haber visto aquellos hombres al llegar y reflexioné acerca de ello más tarde.

Después de haber conversado con aquél señor, decidí que esa noche buscaría el arte no en escenarios grandes ni acondicionados, sino en los lugares comunes que la mayor parte del tiempo ignoramos.

Al final me terminé encontrando con un payaso amable y con un cantante de restaurant que quizá estaban ahí para ganarse la vida, o tal vez seguían un sueño guajiro. Independientemente de sus motivos simplemente los observé y admiré.