EN PLENA CALLE/ Saúl Zuno

En Guadalajara hay un buen número de espacios públicos donde uno puede encontrar arte en exhibición -hasta afuera del Trompo Mágico hay fotos, por Dios-, son lugares interesantes, pues ofrecen una experiencia distinta a la de museos, galerías y bares/cafés/galerías/delis/lo-que-sea: más directa, simple, transparente y accesible, por ejemplo; son además alternativas para el artista sin la alcurnia requerida para acceder a la elite de lo establecido, y canal ideal para el creador de espíritu urbano hasta la médula. Como suele suceder con las cosas de este mundo, estos espacios tapatíos tienen su lado feo, y es que no gozan de la mejor reputación, no es que la merezcan: en el camellón de Chapultepec, por ejemplo, no falta la foto de estudio de esas que acompañan la celebración de un bautizo, una boda o unos quince años (¡al que no baile no le doy pastel, repito: al que no baile no le doy pastel!).













Pues bueno, hechas estas consideraciones, el pasado 23 de noviembre me lancé a dos de estos lugares, el primero de ellos fue precisamente el camellón de Chapultepec, el segundo fue el Callejón del arte, frente al edificio administrativo de la U de G, en lo que fueran las inmediaciones del Cine del estudiante. En ambos lugares encontré una exposición colectiva de fotos, en ambos lugares un retrato de cotidianidad urbana con un dejo de decadencia casi involuntario. En Chapultepec, la exposición se centra en el tema de los derechos de la mujer, muchas de las fotos con el lugar común del embarazo y el maltrato físico, amén de otro montón de temas que incluyen alguna vejación a mujeres que ya han sido explotados hasta el vómito. En el otro, la propuesta es más elaborada y más… propositiva: nos encontramos con composiciones más cuidadas y con imágenes menos comunes -desde un hombre en pleno cigarette break al pie de una ventana de una habitación absolutamente caótica acompañado de un fiel maniquí hasta una mujer con tres pechos en sensual lencería de encaje negro-, un trabajo más redondo y sofisticado.














El sabor de boca no es sanguinolento ni putrefacto, no queda uno con la sensación de haber tirado su tiempo a la basura por completo, sin embargo, sí sería bueno y alentador y padre poder encontrarse con cosas mejor hechas (bueno, en Chapultepec), creo que eso sería una clave para el éxito y consolidación de este tipo de espacios como una oferta artística relevante y como una alternativa para la gente en general que no acostumbra ir a galerías –que en general suele ser la mayoría de la gente. Y es que, no sé cuál sea la intención concreta de Laboratorios Julio al patrocinar las continuas exposiciones en el camellón de Chapultepec, pero elegir con recurrencia temas idénticos y fotos sin una propuesta interesante (sin mucho trabajo estético ni riqueza o complejidad conceptual), además de las inefablemente horribles fotos de casadas y quinceañeras, han ido tornando este espacio en un lugar de hueva, desperdicio sin consideración del enorme potencial de la idea, por ser Chapultepec una avenida tan transitada. Por el contrario, un espacio como el Callejón del arte, con reputación sostenida a base de mostrar trabajos distintos e innovadores provenientes de instituciones culturales de importancia y de ser foro para artistas reconocidos por su labor artística (es decir, para exponer ahí sí tienes que ser una verga). Más callejones y menos camellones.

Fotos (de las fotos): Ricardo Balderas.

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