Arte y Mercado: dinero y cosas peores. // Ricardo García Hernández

RICARDO GARCÍA HERNÁNDEZ A01221241

Definitivamente el papel del mercado en el arte es importante pues vivimos en una sociedad capitalista, donde el dinero es rey y todos los que se ubican debajo de él son sus esclavos… trabajan, viven, respiran, producen y crean para él. En el mundo moderno, todos necesitan ganarse la vida de alguna manera, y, por desgracia, el arte no muchas veces sirve para cumplir este propósito.

En el arte existen muchas fuerzas invisibles que son las que controlan la manera de actuar y proceder de las tendencias, que son definidas por los movimientos de quienes tienen el poder –económico y político –de moverlas, lo que cierra un pequeño círculo vicioso donde el arte se vicia y gira sobre lo mismo una y otra vez, siendo “comercializado” sólo lo que en la actualidad se quiere que sea popular y “vendible”.

Así, el papel del mercado en el arte antes no era tan complejo como ahora: el artista tuberculoso se encerraba, temeroso y escéptico, en una buhardilla en Praga esperando a ser descubierto por un mecenas con dinero que promocionara su arte, lo comprara y lo hiciera llegar a las cortes imperiales de la época, marcando su nombre para siempre en la historia del arte; muchos quedaban fuera de este juego, quedando en el anonimato por falta de ya sea contactos, ya sea de habilidad social o política, o de plano falta de talento.

Ahora es un poco diferente, pero más intenso. Los artistas estudian, se preparan e intentan conocer un poco de todo, lo que ultimadamente los convierte en seres soberbios e insoportables. Se visten de maneras extravagantes que llaman mucho la atención y que quizás son delito en algunos lugares del mundo; se procuran un estudio fuera de lo común y persiguen un objetivo común: crear algo que nunca se haya visto antes. Bajo esa premisa, lo que hacen es tomar algo ya existente y voltearlo de cabeza, cubrirlo de papel maché, salpicarlo de pintura acrílica, echarle tijera y esperar que el resultado pueda ser diferente. Ya con su pieza, salen en un frenesí de promoción a los lugares donde puedan ser “encontrados” y, con soberbia todavía, sienten que fueron tocados por la mano de Dios para ser artistas. Todo lo anterior es una antiacadémica generalización que obviamente no aplica para todos los casos, pero es, desgraciadamente, muy común hoy en día.

Todo lo anterior es una prostitución del arte, a mi parecer. Lo único que intentan es hacerse notar e intentar vender sus piezas, muchas veces a precios ridículamente altos e infundados. Lo único que se procura es ganar dinero a costa del arte, y quien es más importante en el medio artístico es quien más dinero ha hecho con sus proyectos.

Las tendencias actuales son construidas de acuerdo a los movimientos de los mercados, que cambian por la influencia de quienes pueden hacerlo, y aquí retomamos un punto muy importante en el ensayo. ¿Quiénes son los que tienen el derecho de cambiar el rumbo del arte, lo que se produce, crea y explota? ¿Quién decide quiénes suben y quiénes bajan? Son los que fueron tocados por la mano de las musas, de la política y, particularmente, del dinero. Ellos son los que mueven el mundo del arte a su antojo, ya sea por dinero, por diversión, por simple capricho o por terquedad de quedar labrados en la historia de la evolución artística a través de los tiempos.

Fundaciones prestigiosas que compran y venden el arte como bienes de consumo, artículos de lujo que dan estatus a quien los posee; ellas son las principales responsables de lo que sucede en el mundo del arte, que se mueve en tropel hacia una modernidad inalcanzable, en una evolución constante donde las tendencias abren sus fauces para unirse a la vorágine de creatividad y artistas en general, donde se vuelven obsoletos los trazos, colores y estilos en un santiamén, sin pudor ni vergüenza. Todo decae de una manera terrible y nadie se escapa de ello, del poder del dinero que todo lo sabe y todo lo ve… y si no puede, compra a alguien para que lo haga por él.
Con esto se pone en manifiesto lo ordinario del arte actual, en muchos casos. Mucho de lo que se hace es exclusivamente por dinero y nada más; no se busca contribuir al fortalecimiento de las corrientes artísticas, sólo se persiguen los dividendos económicos en los bolsillos de curadores, directores de museos, coleccionistas y, en última instancia, de artistas. Haber convertido al arte en un bien de consumo es algo que va a costar muy caro, ya sea a corto o a largo plazo, al desarrollo del arte como disciplina enriquecedora del ser humano.

Y termina por no enriqueciéndolo porque, hablando del mercado como un medio de difusión del arte, no llega a todos. Se enfoca en las clases económicamente dominantes, que además quieren formar parte de una high society pseudocultural, donde el arte es más una manera de integrarse a un grupo determinado que un complemento del espíritu humano; además, a esto hay que sumarle que el arte se concentra en las grandes ciudades culturales del mundo (Nueva York, Londres, Barcelona, etc.), que por lo general están en los países desarrollados. ¿Dónde dejan a quienes no tienen ni el dinero ni la ubicación geográfica para poder hacerse consumidores de arte, aunque sea sólo en el plano de la apreciación? Es una pregunta realmente triste de contestar y siquiera de imaginar.

También es importante destacar el mercado del arte no sólo hablando de pintura, escultura, instalación y, en general, artes plásticas. La música, que también es arte, es muchas veces prostituida por los mercados y los hábitos de consumo actuales. Igual que en las artes plásticas, en la música, el éxito y difusión depende mucho de cómo es que se mueva el músico o músicos en el medio, no realmente de su talento; quizás, aún más importante que esto último, es simplemente la búsqueda por parte de los productores de lo que se puede vender, de lo que va a mover a la gente a pagar por escuchar y tener esa música.

Es una verdadera desgracia esta situación, pues muchas veces se demerita música de gran calidad por aberraciones inauditas que tristemente son consumidas por la mayoría de las personas. De igual manera, la música se concentra en poquísimos lugares, no permite a la gente conocer más, abrirse a otras propuestas musicales y finalmente el gusto musical de las masas es un gusto prefabricado por las disqueras y productores para obtener una mayor cantidad de ingresos. Con esto, los oídos de las personas se ven acorralados en un festín de mala música sin trascendencia en la historia musical, que simplemente fueron unos hits más, algunos grupos one hit wonder, y, en el peor de los casos, un bestial reggaeton que terminó por tomar el nombre de un noble género musical, agregándole un sufijo y destruyendo las nociones del ritmo, la dignidad de las letras y la decencia de los bailes.

Con todo lo anterior nos podemos dar cuenta de que los ciclos se repiten una y otra vez, sin pudor, volviendo a caer en lo mismo siempre, en simples modas pasajeras que sirven para generar dinero no a las caras de las mismas, sino a quienes están detrás de ellas. Nos volvemos simples espectadores de lo que sucede en el mundo del arte de todo tipo, sin poder proponer algo novedoso sin que casi inmediatamente sea convertido en un bien de consumo para las élites, o sea vulgarizado en la producción en masa.

Finalmente nos damos cuenta de que, realmente, como se plantea al principio de este ensayo, no somos mas que esclavos del dinero. Estamos integrados a la perfección en un samsárico ciclo del que no podemos escapar, y en el que estamos destinados a perecer por falta de nuevos estímulos, de nuevas tendencias, de cosas auténticas, no mediáticas.

A fin de cuentas, ¿qué más da? Estamos cómodos como estamos, ¿no? ¿Acaso alguien puede hacer algo para remediarlo? ¿Acaso me importa lo que suceda? Por suerte y por desgracia, sí. Estamos involucrados. Y con las actitudes de siempre el arte terminará por quedarse en su escaparate de glamour, fuera del alcance de los mortales.

¿Tenemos que entrar con un revólver a un museo, tirando balazos y armando una revolución para devolver el arte a la gente? Quizás sí, pero es un sacrificio que, estoy seguro, no sólo yo estoy dispuesto a hacer. Podemos no llegar a tanto, pero debemos bajar de nuestras nubes burguesas, y darnos cuenta de que como nos llega el arte a nosotros, no le llega a miles de millones de personas más.


Ricardo García Hernández.

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